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miércoles, 6 de julio de 2011

LAS MUJERES EN LA HISTORIA CELTA...

CAPACIDAD DE LAS MUJERES PARA EL GOBIERNO.  A pesar de las suposiciones á que puede dar lugar, no es nuestro ánimo reproducir en él la cuestión discutida, de si es ó no la mujer igual al hombre en sus facultades intelectuales. Nosotros, para quienes semejante cuestión no es, ni puede ser controvertible, dejamos a los profundos psicológicas el penoso trabajo de decidir si hay almas hembras y almas varones, y a los modernos frenólogos el declarar con cuantas protuberancias está marcada en el cráneo del hombre su decantada superioridad sobre el ser que siempre y forzosamente tendrá por consorte, según los decretos de la naturaleza.

Nosotros, repetimos, no intentaremos jamás la empresa peligrosa de extirpar opiniones que por absurdas que puedan parecernos, por frágil y gastada que se nos presente su base, sabemos ha podido resistir al embate de los siglos, porque está sostenida por egoísmo y la fuerza material de la mitad del género humano. Las mayores y mas útiles verdades no se han proclamado nunca impunemente, cuando destruyen errores arraigados a los que presta autoridad la vejez, y no es ciertamente el mas terrible castigo que debe temer todo reformador, la burla y el sarcasmo que han sido en todo tiempo armas envenenadas de la audaz ignorancia y del astuto egoísmo.
Nosotros no preguntamos con plañidero tono, a imitación de cierto moralista: -¡Y qué! ¿El espíritu humano solo podrá perfeccionarse cuando se trata de objetos frívolos? ¿Estará condenado a perpetuo atraso en aquellos que le son mas interesantes? ¿No veremos jamás las sociedades extensas de las instituciones que las oprimen; de los usos que reprueba el buen sentido; de las preocupaciones que solo tienen en su favor la antigüedad; de las onerosas distinciones que convierten a los humanos en opresores y oprimidos, en orgullosos y viles, en grandes altaneros y esclavos prostituidos? Nosotros, vuelvo a decir, no preguntamos nada, porque sabemos que lo pasado responde anticipadamente de porvenir; que ningún error es perdurable; que todo abuso lleva en sí mismo el germen de su destrucción inevitable.
Largo tiempo reinaron aquellas distinciones increíbles, aquellos privilegios injustos que aspiraban a eternizarse, y que lo hubieran conseguido si hubiesen logrado eternizar igualmente el embrutecimiento a que había sido condenado la inmensa mayoría de los oprimidos, haciéndoles de este modo desconocer su fuerza. Pero aquella pretensión era absurda, porque, a semejanza del infatigable héroe de un novelista igualmente infatigable, la humanidad anda, anda, anda, sin descansar jamás. La revolución moral que emancipe a la mujer debe ser forzosamente mas lenta que la que sentó las ya indestructibles bases de la emanciparon del pueblo; porque en éste la mayoría era inmensa; la fuerza moral irresistible; en aquella no hay mayoría, no hay fuerza material poderosa: todo tiene que esperarlo de los progresos de la ilustración, que haga conocer a sus propios opresores cuán pesadas y vergonzosas son para ellos mismos las cadenas de ignorancia y degradación que han impuesto a unos seres á quienes, á despecho de sus leyes, los ligan y sujetan íntima y eternamente las leyes supremas de la naturaleza, que no sin misterioso y profundo designio dotó del mágico poder de la hermosura a aquella mitad de la especie humana, que por su destino especial, en el orden físico, no podía poseer la fuerza corporal de la otra. Nosotros, pues, que dejamos al tiempo las reformas, no tenemos otro objeto al trazar estas líneas que el de distraer un instante a nuestras amables lectoras, haciendo ligera mención de algunos hechos gloriosos al sexo, y gloriosos también as un siglo y á una nación que ciertamente estaban muy distantes de nuestra actual y decantada ilustración.
En el año 1177 (según Gotiero de Sibert, que en apoyo de estos hechos cita a Plutarco) tuvo principio el consejo general femenino que gobernó por dilatado tiempo los sesenta cantones en que se dividían entonces las Gálias. La elocuencia y energía con que una dama de aquel país había expresado en deliberación solemne la importancia del objeto de aquella, que era la elección de un jefe, dieron origen á aquel senado de mujeres, que revestido del poder supremo fue árbitro de la paz y de la guerra, juzgando cuantas diferencias se suscitaban entre los jueces de los diversos cantones. En el tratado que los galos celebraron con Aníbal, se estipuló que el infractor seria juzgado por el tribunal de las Damas, cuya justicia se reputaba incorruptible, y la condenación pronunciada por ellas como la más infamante. Los druidas fueron los sucesores de las mujeres en el gobierno de las Galias; y es digno de observación, según nota un erudito escritor francés de pasado siglo que aquel pueblo belicoso, siempre vencedor bajo la dominación femenina, se hizo tributario de los romanos cuando se vio gobernado por los ministros sagrados, uno de los cuales vendió vilmente a su patria. Veinte y tantos años después del establecimiento del senado femenino de las Galias, dieron los griegos otro ejemplo semejante, creando un tribunal compuesto de diez y seis matronas, encargado de decidir una grave cuestión de estado; habiendo justificado tan ventajosamente las mujeres la confianza fundada en el talento y lealtad, que se mando perpetuar aquel tribunal y efectivamente subsistió largo tiempo, aunque muy menoscabadas sus atribuciones. Al hacer relación de estos hechos tan honoríficos para el bello sexo, no quisiéramos pasar en silencio otros grandes y numerosos ejemplos, que prueban la capacidad que en todo tiempo ha tenido para el gobierno: mas no permitiéndolo los estrechos límites de este periódico para particular mención de tantas ilustres princesas como pudiéramos citar, nos limitaremos a observar que la sorprendente revolución comenzada en Rusia por Pedro el Grande, fue continuada y concluida por mujeres: mujeres grandes hombres como aquel mismo soberano, cuyo gloriosos cetro nada perdió en duda de su brillo al pasar sucesivamente a la mano de heroicas, que dieron á la Europa extraño espectáculo de ver cubierto el Mediterráneo, como el Océano, por buques construidos a las orillas del Vístula.
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