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lunes, 28 de diciembre de 2009

SILFOS Y SILFIDES

SILFOS Y SILFIDES
Los Silfos son los espíritus elementales del aire.
Como indica el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra “Silfo” viene de la forma latina sylfi, sylfiorum, que significaba “genio” entre los galos.
Con esta palabra se designa actualmente a los seres fantásticos elementales del aire.
Los filósofos griegos Empédocles, Anaxágoras y Aristóteles ya mantuvieron que todo el universo material estaba compuesto por la combinación de cuatro elementos irreductibles, el fuego, el aire, la tierra y el agua.
Esta teoría se mantuvo durante toda la época medieval, defendida por autores como Paracelso, pero se fue debilitando a medida que la ciencia empírica se fue imponiendo.
Según estas antiguas creencias, aunque toda la naturaleza esta compuesta por la combinación de estos cuatro elementos, cuatro seres están creados de un único elemento y son anteriores incluso a la creación de la tierra.
Estos cuatro seres, llamados elementales, son el gnomo, hecho solo de tierra; el silfo, ser elemental de aire; la salamandra, propia del fuego, y las ninfas, ondinas o nereidas, creadas únicamente del agua.
Cada uno de estos seres comparten las características propias del elemento al que corresponden, y así los Silfos, al igual que el aire, son ligeros y veloces, espontáneos y huidizos.
Se les describe habitualmente como seres semitransparente, de color azulado y cuerpo estilizado, y con un par de alas alargadas con las que se desplazan a gran velocidad entre los árboles.
Dada su naturaleza, son muy difíciles de ver, pero se encuentran continuamente próximos a nosotros, pues se pueden manifestar en cualquier lugar en el que haya un poco de viento.
Estos geniecillos son los responsables de los distintos fenómenos naturales que dependen del aire, como las tormentas que provocan desplazando las nubes; los maremotos que ocasionan moviendo las aguas; o la polinización que facilitan portando el polen de flor en flor por el aire.
De ellos dependen también los vendavales, los huracanes, los ciclones y lo tifones.
No ha faltado quien los haya relacionado con los poderes mentales, pues es una idea extendida que el aire es el medio perfecto para muchos de estos procesos, y así se cree que intervienen en el pensamiento, que facilita el recuerdo, proporcionan agilidad mental y son el medio natural para la telepatía, además de ser fuente de inspiración y cauce de la videncia.
Estos seres pueden transformarse y adoptar forma humana, incluso pueden enamorarse y mantener relaciones sexuales con mujeres, pero esto supondría transgredir las estrictas normas de su pueblo, que les prohíbe expresamente yacer con una de ellas.
Si un Silfo se enamora y se aventura a entregarse a una humana, se vera obligado a renunciar a su privilegio de volar y quedará atrapado en la tierra convertido en un simple mortal.
Las sílfides son los espíritus femeninos del aire, y, al igual que los Silfos, están en la naturaleza desde el principio de los tiempos.
Los griegos ya las conocían y las consideraban señoras de los aires y de los vientos.
Son unos espíritus muy hermosos, de piel blanca y fina, que se desplazan de modo ligero por el aire.
Suelen llevar el cabello largo y suelto y se divierten dejando que el viento las mueva.
Todos y cada uno de los pueblos de la tierra tienen un líder o un rey que los guíe, y esta figura también se da entre los seres maravillosos.
Según la tradición, Paralda el es silfo mas antiguo que se conoce, y junto a Gob., el rey de los gnomos; Neckna, la guardiana de las ondinas; y Djin, el jefe de las salamandras, esta en el origen del universo.
Cuentan que Paralda tiene miles de años y viven en la más alta de las montañas, desde donde vigila los movimientos de los espíritus del aire.
Es un rey, poderoso y autoritario, pero de naturaleza cambiante y caprichosa, por eso es conveniente no dejarse contagiar por su estado de ánimo.
Para escapar a la influencia de un Silfo se aconseja meditar sobre cada uno de los pasos que se van a dar, pues estos geniecillos se divierten manejando la frágil voluntad de los humanos.
Agustin Celis
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