Procede de los ríos de Escocia y, en ocasiones, tienen la capacidad de adoptar la forma de un hombre, aunque lo más normal es que aparezcan representados como jóvenes corceles blancos, sin montura, pero con unas riendas mágicas.
Se dice que quien consigue arrebatarle las riendas a un Kelpie podrá utilizarlas para su conveniencia, pues se convierte en merecedor de este beneficio al habar demostrado su valor ante el extraordinario animal.
Existen muchas versiones de este motivo folklórico.
En algunos pueblos se trata de una especie de competición de fuerza y habilidad entre el Kelpie y un hombre.
Es habitual que el caballo tiente a su contrincante desde una de las orillas del río para que monte sobre el y solo si el mozo es rápido y resuelto, podrá quitarle la brida al Kelpie y someterlo, pero si flaquea en su propósito, lo que suele ser habitual, el caballo se lanzara a toda velocidad sobre las aguas y le dará un buen chapuzón, le revolcara por las aguas o, en el peor de los casos, lo devorara allí mismo para intimidar a los mas osados.
En su famosa obra Popular Rhymes of Scotland, Robert Chambers, cuenta el caso de un aristócrata que se atrevió a colocarle una brida propia de los caballos que tienen los humanos a un Kelpie.
El resultado fue simplemente asombroso, para su sorpresa t ka de tisis sus vecinos, el Kelpie se sometió a su voluntad.
Graham de Morphie, que así se llamaba aquel noble, se sirvió del animal para que transportara las enormes piedras con las que estaba construyendo su castillo.
Lo que ocurrió fue que, cuando al fin estuvo terminada la obra, el noble cometió la imprudencia de quitarle la brida al caballo.
Entonces el Kelpie echo a correr hacia el río más cercano y se precipito en sus aguas.
A mitad de camino, cuando ya nadie podía detenerlo, se detuvo para maldecir a toda la familia de Graham, sobre la que se cebo el infortunio mientras este estuvo con vida.
De manera que siempre tendremos que tener cuidado cuando nos encontremos un Kelpie, lo mejor es no dejarse tentar por el y si estamos muy seguros de poder doblegarlo, no soltaremos las bridas por nada del mundo.
A. Ramirez