(PARTE II)
En el mejor de los casos la magia talismánica parece figurar como una de las curiosidades de la ciencia esotérica que, principalmente, tiene un interés arqueológico.
Podemos reconocer que el principio que implica forma razonablemente parte del misticismo.
Este principio está relacionado con la comunicación del magnetismo humano con los objetos inertes y que en un reino inferior de la naturaleza puede equipararse a la transferencia de una similar e igualmente misteriosa virtud desde la magnetita al hierro.
Más allá de esto, y más allá del papel que juega el Talismán en las ceremonias de invocación, constituye una rama del misticismo que aporta poco en cuanto garantía para su renacimiento en la actualidad.
Fomenta la debilidad intelectual y dirige atención del estudiante hacia las frivolidades del arte ancestral.
El Talismán ha sido acertadamente definido como un signo astrológico grabado sobre una piedra en correspondencia con la constelación o estrella representada por el signo en cuestión.
Su nombre deriva de una palabra griega que significa símbolo, imagen o figura.
Es decir, se trata de un signo que es el equivalente nominal de una fuerza o influencia.
El emblema debe grabarse sobre la sustancia del talismán por alguien que está, al menos filosóficamente, familiarizado con la naturaleza de la influencia de su significado, que puede concentrar toda su atención y su voluntad sobre la obra mientras sus poderes mentales están aislados de cualquier otra fuente de distracción y de cualquier pensamiento que se desvincule con la materia que le ocupa.
Las doctrinas y la práctica de la magia talismánica que florecieron entre los cristianos occidentales procedían de la Cábala, que a su vez las heredó de Caldea, Egipto y Babilonia, pues el Talismán, más que la religión, es tan antiguo como la superstición y está tan extendido como su área de influencia.
Continuará...