(PARTE III)
Para los iniciadores de la medicina antigua clásica, los vegetales constituían uno de los elementos fundamentales de sus curas, como demuestran algunas recetas que se aplican todavía hoy y que se remontan nada menos que a tiempos de Galeno (129-200 d. de C.).
El descubrimiento de las potencialidades terapéuticas de los vegetales constituye uno de los principios más importantes de la medicina, que supo emanciparse de la magia y la superstición para ir más allá, hacia los modelos empíricos guiados luego cada vez más por el método científico.
Como un extraordinario e imparable laboratorio alquímico, el mundo vegetal, con la contribución del agua y del oxígeno, del anhídrido carbónico, de las sales de la tierra y de los rayos del sol, transforma, descompone y sublima los diversos elementos para dar vida a principios activos capaces de actuar activamente en nuestro organismo, regulando la filosofía de este e incluenciándolo positivamente para mantenerlo con salud o curarlo cuando enferma.
La química moderna, sirviéndose de todos los instrumentos científicos de que dispone, ha estudiado a fondo las peculiaridades curativas del reino vegetal, "copiando" las fórmulas creadas por la quimia del árbol y reproduciéndolas luego en laboratorios.
De esta atenta búsqueda nacieron importantes medicamentos de síntesis, que son aún la estructura básica de la farmacología.
Es diferente la situación cuando un árbol entra a formar parte de un conjunto de hechos vinculados al culto, o cuando está muy relacionado con hechos milagrosos (véase, por ejemplo, toda la casuística que habla de floraciones excepcionalmente fuera de estación o de apariciones entre sus ramas).
En estos casos, sus potencialidades terapéuticas (parciales o totales) son de origen sobrenatural y, por tanto, se subraya y se destacan con tonos que las hacen todavía más sorprendentes.
C. Wallace