Nuestras averiguaciones sobre las diferentes diosas celtas, aquellas versiones divinas y divinizadas de lo femenino sagrado, nos conducen invariablemente a la forma original de una imagen que ha sido reelaborada con el paso del tiempo, pero que es el resultado de una génesis atemporal.
La sedimentación cristiana no ha conseguido borrar por completo aquellos cultos cargados de magia y creatividad; algunos han sobrevivido o han sido transformados y reutilizados en una especie de cohabitación que, al principio, era menos represiva.
Los anglos, por ejemplo, celebraban la noche del 24 al 25 de diciembre (llamada noche de la Madre) dejando ofrendas en los árboles, en las fuentes y en las grutas, de manera que fueron creando las bases de una tradición cultural a la vez nueva e inalterada.
Incluso después del advenimiento del cristianismo, los pueblos nórdicos conservaron durante mucho tiempo su religión, a pesar de la presencia de misioneros, que la veían como una forma de superstición.
Eso explicaría por que los lugares sagrados de los druidas han sido recuperados para practicar el culto cristiano, creando una especie de continuo sagrado -aunque, a pesar de las transformaciones, esos lugares conservan todavía la huella del viejo culto pagano-.
También los árboles sagrados druidas fueron integrados en el culto cristiano mediante la incorporación de imágenes piadosas y las fuentes sagradas fueron dedicadas a la Virgen y a los Santos.
Se cree todavía en sus virtudes, aunque no se crea en las diosas que moraban en ellas, a pesar de que eran precisamente esas diosas las que había llenado los santuarios druidas con su energía y su poder.
Estos enclaves especiales emitían flujos magnéticos en armonía con el dios que los frecuentaba.
Después, nadie ha ido nunca a invocar las misteriosas corrientes telúricas y magnéticas como lo hacían los sacerdotes celtas.
Detrás de este saber se ocultaba un culto secreto que no ha perdido nada de su misterio, pero que solicitaba las energías mágicas de la Tierra y de las célebres virgen negras.
En aquellos tiempos remotos, el color negro reprentaba simbolismos favorables y positivos, benéficos y regenerativos, como testimonia la iconografía de las diosas galorromanas que eran veneradas en las criptas subterráneas por su poderes específicos vinculados a la fecundidad y al parto.
El negro era asimilado al universo ctonio, al útero primordial; reenviaba a lo que era invisible, a lo que no era todavía concreto y debía nacer, a la edad virginal, a lo que debía ser fecundado y a la semilla que caía al suelo y esperaba para germinar.
S. Mayorca
CONTINUARA...